
Anoche, pensando en mis cosas, me preguntaba cómo era posible, si toda la vida me ha gustado escribir, que no hubiera escrito un libro antes.
Después ese pensamiento derivó en otro. Quizá ni siquiera hubiera hecho falta que hubiera sido un libro, pero sí un blog, o un post en instagram, por ejemplo.
Durante toda mi vida he escrito en mis cuadernos, porque siempre ha sido mi vía de escape. Mi forma de aclarar ideas, de transmitirlas…
Para mí escribir es como alimentarme. Una necesidad.
El trabajo de escritura de mis dos libros ha sido maravilloso para mí. De hecho lo termino y ya estoy pensando otro tema sobre el que me gustaría empezar una nueva novela.
Sin embargo no se me dan tan bien los relatos cortos o los post. No sabía muy bien por qué. Al final he descubierto que, por un lado, es como mis sentimientos quedan más expuestos. No son historias inventadas(en el caso de los post). En el caso de los relatos creo que es porque no me da tiempo a decir todo lo que quiero en tan breve espacio. Por otro lado, una de las cosas que más me gusta de las novelas, es documentarme. Suelo hacer coincidir la ficción con hechos que han ocurrido en ese mismo lugar en el mismo espacio de tiempo. Me apasiona.
Creo que es, porque de esa forma doy más vida a mis personajes. Al ubicarlos en un espacio y un tiempo real, para mí es como si hubieran existido.
Este fin de semana he estado en el pueblo.
Pisar ese trigo por el que pisó Irene en 1943…
Ir a la encina bajo la cual se amaba con Arturo…
Ese molino, esa fuente…
De ahí surgió toda una historia de amor. Toda una novela en la que se retratan hechos que sucedieron a otras personas. Porque sucedió. No quizá como yo lo describo. O quizá sí.
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