
Lo amaba.
Cada día me despertaba con su rostro cerca del mío, con su aliento tibio en mi nuca .
Yo abría los ojos y lo contemplaba en silencio.
Su respiración pausada.
Su torso desnudo.
Sus oblicuos formando un triángulo cuyo vértice terminaba en esa zona que me enloquecía por las noches.
Salimos al atardecer.
_¿Un paseo en la playa?
_Vale.
La noche anterior habíamos cenado con amigos.
Mucho vino.
Demasiado.
Fui el objeto de todas las miradas a causa de un vestido floreado con demasiado escote.
Me poseyó con brutalidad. Me hizo daño.
Era mi amor. Mi bien más preciado.
Los golpes se apagaban con su sonrisa.
Al caer la noche, con la luna sobre nuestros cuerpos, la hoja brilló en el aire.
Hundí el cuchillo en su carne.
Era la única forma de no dejar de amarlo nunca.
Deja una respuesta