Ha hecho falta una Semana Santa para que me dé cuenta de lo que tienen en común la novela negra y los huevos de Pascua. Como sabéis, estuve en un camping. Libertad, silencio, escribir… Observar. Observar mucho. Ya tengo en mi retina personajes maravillosos, como ese hombre que viaja en su bicicleta y lleva su vida y casa en dos alforjas, o esos dos viejecitos que han elegido un camping apartado como destino de jubilación. También historias, como esa casa de la que salía la gritos pero en la que jamás vimos a nadie. Sin duda es lo que más recordaré, junto al riachuelo que suena todo el día y el lago manso con patos que recibe su agua. Risas y juegos. Como esa costumbre extranjera de esconder los huevos de Pascua para que los niños los busquen. Ahí. Escribir novela negra es esconder huevos de Pascua. Leerla, encontrarlos. ¿Os parece?
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